Vida litúrgica

Unidos en la presencia de nuestro Señor Jesús


"Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el Sacrificio de la Misa… Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos… Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno”.

Es natural que los monjes, que forman parte de la Iglesia contemplativa, consagremos buena parte de nuestra jornada a la oración litúrgica, que constituye la primera plegaria del monje, la más valiosa.

En la Cartuja, la vida litúrgica une armónicamente la oración solitaria y la comunitaria. El Oficio Divino y la oración personal forman como el eje espiritual sobre el que gira la vida del monje.

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“La oración comunitaria, que hacemos nuestra por la celebración litúrgica, se prolonga en la oración solitaria con la que el monje ofrece a Dios un íntimo sacrificio de alabanza que está sobre toda ponderación”.

En la celebración litúrgica comunitaria es donde la convivencia monástica adquiere todo su sentido, su valor y su mejor expresión: reúne a los monjes varias veces al día, permitiendo que nos encontremos juntos en la presencia del Señor. De este modo, el lazo existente entre la oración y la comunión fraterna se manifiesta con una particular evidencia en la Sagrada Liturgia. Ambas se completan para llevar los corazones a Dios.

Toda la tradición monástica se ha esmerado en dedicar sus mejores energías a la plegaria del Oficio, viendo en ella un camino seguro que eleva hacia la contemplación de rostro de Dios. En efecto, lejos de constituir una complicación, facilita la unión con ÉL y dispone al alma para recibir los toques de su gracia.

“El Oficio Divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es además fuente de piedad y alimento de la oración personal”.

Celebraciones comunitarias

Los tres tiempos fuertes del día litúrgico cartujano

La Vigilia Nocturna (Maitines y Laudes)

Se rezan a medianoche, cuando el firmamento cubre la tierra y un silencio profundo nos invita a captar el misterio divino que siempre nos está envolviendo. En la semioscuridad de la iglesia, el canto gregoriano a viva voz —sin acompañamiento instrumental— de los Maitines y Laudes del Oficio canónico-monástico, sobrecoge el ánimo de quienes asisten por primera vez.

Al mismo tiempo que prestamos nuestra voz al canto de la salmodia, himnos y cánticos, saboreamos los textos sagrados; lecturas de los Padres de la Iglesia, comentarios de la Palabra de Dios y sermones, vienen a completar el alimento para nuestro espíritu.

La Santa Misa Conventual

 

La segunda reunión conventual está reclamada por el Santo Sacrificio del Altar, la Misa cantada diariamente por la Comunidad, según las antiguas y sublimes melodías gregorianas latinas. En la Santa Misa, hoy como ayer, se sigue el venerable rito cartujano como más apto a la vida eremítica y a la contemplación de los sagrados misterios realizados en el Altar.

En general, la Santa Misa no es concelebrada y, a continuación de la Misa Conventual, cada monje cartujo sacerdote celebra solitariamente, sin ayudante, en capillas propias para esto, la Santa Misa según el rito cartujano.

La celebración cartujana de la Santa Misa se desarrolla en un ambiente de profundo recogimiento, que, acentuado por la simplicidad del rito, crea una participación íntima en el Misterio.

Las Vísperas

 

Por fin, las Vísperas del Oficio Canónico reúnen a los monjes en la iglesia por tercera y última vez en el día. Es el ‘sacrificio vespertino’ de alabanza en el que ponemos nuestro amor y nuestras fuerzas para que, como dice el Salmista, “sea para nuestro Dios un agradable y suave canto”.

La Salve Regina corona el fin del día comunitario. Es la súplica que la familia monástica dirige a la Madre de los monjes y Señora del monasterio en la última reunión familiar. Un canto de amor y un grito de esperanza, a fin de que Ella los presente a Dios en favor del mundo.

Liturgia de las horas, a toque de campana

Aún en la soledad personal, esta recitación une los corazones

 
Los Domingos y solemnidades se cantan también en el coro las tres Horas menores (Tercia, Sexta y Nona) de la Liturgia de las Horas.

La parte del Oficio Divino o Liturgia de las Horas que no se canta conventualmente, la recita cada monje en su celda, todos a la misma hora y con el mismo rito. Ello hace que, aun en la soledad personal, esa recitación sea verdaderamente una oración comunitaria. En efecto, toda la Iglesia cartujana ejerce entonces su principal función, la Liturgia; todo el monasterio está reunido bajo la mirada de Dios, para amarlo, alabarlo y actualizar en Él esa comunión de oración y de vida. Incluso en la soledad de la celda, el monje no es un puro ermitaño, antes bien nos sabemos unidos a nuestros hermanos en una compañía invisible, cuyo silencio y amor nos rodea, estimula y une.

Además del Oficio Canónico, el cartujo recita todos los días el Oficio Parvo de la Santísima Virgen, por quien la Orden siente desde sus orígenes una particular devoción. Cada Hora de este Oficio se antepone a la Hora correspondiente del Oficio Divino, excepto las Completas, que se posponen, con el fin de encerrar con María todo el conjunto de rezos del día, con Ella comenzados.

Por fin, para cumplir con nuestro deber de rezar por la purificación de las almas de los difuntos, con quienes seguimos unidos en Dios, una vez a la semana recitamos en nuestra celda el Oficio de Difuntos.

Renovación posconciliar

 

Actualizamos las costumbres, conservando íntegro el espíritu original.

 

Es sabido que el Concilio Vaticano II se ocupó también de la vida religiosa y dispuso una ‘adecuada renovación’ de la misma. ¿Hasta qué punto se ha renovado la vida cartujana? ¿Estamos al día los cartujos?

Hay que partir del principio establecido por el mismo Concilio para la renovación de la vida religiosa contemplativa:

“Este género de vida ha de revisarse a la luz de los principios y criterios expuestos para la adecuada renovación, permaneciendo, con todo, inviolables su retiro del mundo y los ejercicios propios de la vida contemplativa”.

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En la misma línea, decía el beato Pablo VI:

“Vuestro oficio mira a que en esta misma edad conservéis íntegra y absoluta la vida contemplativa… Os exhortamos a que seáis solamente lo que sois, advirtiéndoos que vuestro verdadero apostolado es la vida escondida”.

Y, dirigiéndose al Superior General de los cartujos, con motivo del Capítulo General de la Orden que llevaba a cabo la renovación, decía el mismo Santo Padre:

“Vuestro Capítulo General procurará, sin duda, que el espíritu de vuestros fundadores se conserve con toda veneración”.

Fieles a estas consignas de la Iglesia, en la familia de San Bruno mantenemos nuestro tradicional apartamiento del mundo y de todo ministerio activo.

Nada, pues, de cambios sustanciales en la Cartuja. Pero, conservando su fisonomía peculiar, la Orden ha revisado atentamente sus usos y costumbres y redactado los actuales ESTATUTOS DE LA ORDEN CARTUJANA, plenamente a tono con las exigencias modernas y las orientaciones conciliares. Hemos eliminado las prácticas anticuadas, hemos acomodado otras a las necesidades de nuestro tiempo y hemos atendido la recomendación hecha expresamente a la Orden Cartujana por la Santa Sede, de adaptar nuestras costumbres a las fuerzas físicas y psíquicas de la juventud de hoy.

Después de examinar los ESTATUTOS RENOVADOS, el Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares escribía el 15 de enero de 1972 al Procurador General de la Orden:

“Nos es grato expresaros nuestra satisfacción por la celosa fidelidad con que respetando vuestras venerables tradiciones, el Capítulo ha sabido mantener aquello que, desde los orígenes, ha caracterizado a vuestra Orden, es decir, vuestra vocación específicamente eremítica y de oración, gracias a una vida dedicada enteramente a Dios en la contemplación y la soledad, sin las cuales la Orden perdería su razón de ser”.

La Cartuja continuará, pues, manteniendo en la Iglesia el carisma de vida puramente contemplativa heredado de su Santo Fundador, para gloria y alabanza de Dios, utilidad de la Iglesia y provecho del pueblo de Dios y de la humanidad.