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San Bruno: Cartas
Al venerable señor Raúl, deán del Cabildo de Reims, digno del más sincero afecto, envía Bruno un cordial saludo.

La fidelidad a una vieja y probada amistad es por tu parte tanto más admirable y digna de encomio, cuanto que rara vez se encuentra entre los hombres. Ni el tiempo, ni las distancias, que tan alejados han mantenido nuestros cuerpos, han sido capaces de arrancar de tu ánimo el afecto hacia tu amigo. De ello me has dado suficientes pruebas, no sólo en tus encantadoras cartas, llenas de tan gratas muestras de amistad, sino también en los abundantes favores que me has prestado a mí personalmente y a fray Bernardo por mi causa, y en otros muchos detalles. Reciba por ello tu bondad nuestro agradecimiento, que si no iguala a tus méritos, nace al menos de la fuente pura del amor.

2. Hace algún tiempo te enviamos una carta con un peregrino que se había mostrado bastante fiel en otros mensajes; pero como no le hemos vuelto a ver desde entonces , nos ha parecido mejor ahora enviarte a uno de los nuestros que, de palabra y con todo detalle como no podríamos hacerlo por escrito , te explique la vida que aquí llevamos.

3. Te comunico en primer lugar, creyendo que no dejará de agradarte, que en lo tocante a la salud del cuerpo y en los negocios temporales todo va a la medida de mis deseos. ¡Ojalá ocurriera lo mismo en los asuntos del alma! Espero, sin embargo, y pido al Señor, que su mano misericordiosa sane mis flaquezas interiores y colme mi anhelo con sus bienes.

4. Vivo en un desierto de Calabria, bastante alejado por todas partes de todo poblado. Y conmigo viven otros hermanos religiosos, muy eruditos algunos, que, como centinelas divinos, esperan la llegada del Señor, para abrirle apenas llame . ¿Cómo describirte dignamente la amenidad del lugar, lo templado y sano de sus aires, sus anchas y graciosas llanuras, que se extienden a lo largo entre los montes, con verdes praderas y floridos pastos? ¿O la vista de las colinas que se elevan en suaves pendientes por todas partes, y el retiro de los umbrosos valles con su encantadora abundancia de ríos, arroyos y fuentes? Tampoco faltan huertos de regadío, ni árboles de abundantes y variados frutos.

5. Mas ¿para qué detenerme tanto en estos temas? Otros son los deleites del varón sabio, más gratos y útiles, por ser divinos. Sin embargo, estas vistas sirven frecuentemente de solaz y respiro a nuestro frágil espíritu, cuando está fatigado por una dura disciplina y la continua aplicación a las cosas espirituales. El arco siempre armado, o flojo o quebrado.

6. Cuánta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto a quien los ama, sólo lo conocen quienes lo han experimentado. Aquí pueden los hombres esforzados recogerse en su interior cuanto quieran, morar consigo, cultivar sin cesar los gérmenes de las virtudes y alimentarse felizmente de los frutos del paraíso. Aquí se adquiere aquel ojo limpio, cuya serena mirada hiere de amores al Esposo y cuya limpieza y puridad permite ver a Dios . Aquí se vive un ocio activo, se reposa en una sosegada actividad. Aquí concede Dios a sus atletas, por el esfuerzo del combate, la ansiada recompensa: la paz que el mundo ignora y el gozo en el Espíritu Santo. Esta es aquella Raquel, de hermoso aspecto, más amada de Jacob, aunque menos prolífera que Lía, más fecunda, pero legañosa . En efecto, los hijos de la contemplación son menos numerosos que los de la acción, pero José y Benjamín son más queridos de su padre que los otros hermanos. Esta es aquella mejor parte que eligió María y nunca le será quitada.

7. Es también aquella bellísima Sunamita, única doncella hallada digna en todo Israel de mimar y dar calor a David ya anciano . ¡Ojalá, hermano carísimo, la amases tú por encima de todo y al calor de sus abrazos te inflamases en el amor divino! Cuya llama, si una vez prendiera en tu alma, pronto te haría despreciar la gloria del mundo con toda su halagadora y falsa seducción. No sentirías ninguna dificultad en abandonar las riquezas, fuente de preocupaciones y pesada carga para el alma, sino que más bien experimentarías verdadero fastidio por los placeres, tan nocivos al cuerpo como al alma.

8. Harto conocida es para tu prudencia esta frase: “Quien ama al mundo y a las cosas mundanas – placeres de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición – no está poseído del amor del Padre” . Y esta otra: “El que quiere ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios” . ¿Puede haber mayor iniquidad, mayor insensatez y locura, cosa más perniciosa y desgraciada que el pretender crearse enemistades con Aquel cuyo poder es irresistible y cuya justa venganza nadie puede evitar? ¿Es que somos más fuertes que él ? ¿Podemos creer que su paciencia, tan misericordiosa, que ahora nos invita a la penitencia, no castigará finalmente cualquier injurioso desprecio nuestro? ¿Qué mayor perversidad, en efecto, qué mas contrario a la razón, a la justicia y a la misma naturaleza, que amar más a la criatura que al Creador , correr tras lo perecedero olvidando lo eterno y anteponer los bienes terrenos a los celestiales?

9. ¿Qué piensas hacer, carísimo? ¿Qué otra salida te queda sino seguir los consejos divinos y creer a la Verdad que nunca engaña? Pues bien, ella nos da este consejo: “Venid a mí todos los que sufrís y estáis cargados, que yo os aliviaré” . ¿Y no es un sufrimiento molesto e inútil verse atormentado por la concupiscencia y afligido sin cesar por preocupaciones, ansiedades, temores y dolores, originados por tales deseos? ¿Y qué carga tan pesada como la que despeña el alma de la alta torre de su dignidad para hundirla en la sima de la mayor bajeza, contra toda justicia? Huye, pues, hermano mío, de tales molestias y miserias, y sal del tempestuoso mar de este mundo para entrar en el reposo tranquilo y seguro del puerto.

10. Conocida es también para tu prudencia la frase de la misma Sabiduría: “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” . ¿Quién no ve cuán hermoso y útil, e incluso cuán agradable es asistir a su escuela bajo la dirección del Espíritu Santo, para aprender la divina filosofía, única fuente de verdadera dicha?

11. Merece, pues, la pena que tu prudencia medite y pese atentamente estas razones. Y si no te basta la invitación del amor divino, si no te mueve la utilidad de tan grandes premios, te debe impulsar al menos el temor de sus inevitables castigos.

12. Ya sabes con qué promesa estás ligado y a quién. Es todopoderoso y terrible el Señor al cual te has ofrecido a ti mismo en voto, como ofrenda grata y aceptable. No puedes faltarle a la palabra, ni te conviene, pues no permite que se burle nadie de él impunemente.

13. ¿Te acuerdas, amigo mío, del día en que nos encontrábamos juntos tú y yo con Fulcuyo el Tuerto en el jardincillo contiguo a la casa de Adam, donde entonces me hospedaba? Hablamos, según creo, un buen rato de los falsos atractivos del mundo, de sus riquezas perecederas y de los goces de la vida eterna. Entonces, ardiendo en amor divino, prometimos, hicimos voto y decidimos abandonar en breve las sombras fugaces del siglo para captar los bienes eternos, y recibir el hábito monástico. Y lo hubiéramos llevado a efecto enseguida si Fulcuyo no hubiera partido a Roma, para cuya vuelta aplazamos el cumplimiento de nuestras promesas. Como él tardó y se mezclaron otros asuntos, nuestros ánimos se resfriaron y se desvaneció nuestro fervor.

14. ¿Qué te queda por hacer, carísimo, sino librarte cuanto antes de tan gran deuda para no incurrir en las iras del Todopoderoso y en los tormentos eternos, por haber faltado tanto tiempo a tan graves promesas? ¿Qué soberano dejaría impune a uno de sus súbditos que le defraudara en un servicio prometido, sobre todo tratándose de algo para él muy estimado y de gran precio? Así, pues, cree no sólo a mis palabras, sino a las del profeta, mejor dicho, a las del Espíritu Santo, que te dicen: “Haced votos al Señor vuestro Dios, y cumplidlos fielmente, todos cuantos estáis a su alrededor y le presentáis ofrendas; al Dios terrible, que quita el aliento a los príncipes y también es terrible con los reyes de la tierra” . Oyes la voz del Señor, la voz de tu Dios, la voz del terrible que quita el aliento a los príncipes y también es terrible con los reyes de la tierra. ¿Por qué inculca tanto el Espíritu de Dios todo esto, sino para urgirte vivamente a cumplir las promesas de tu voto? ¿Por qué te retrasas en pagar una deuda, que no te ocasiona ninguna pérdida ni disminución de tus bienes, sino que te procura a ti mayores ganancias que aquel a quien haces el pago?

15. No te detengan, pues, las falaces riquezas, que no pueden remediar tu indigencia, ni tampoco la dignidad de tu deanato, que no puede ejercitarse sin gran peligro para tu alma. Porque, permíteme que te lo diga, sería una acción tan odiosa como injusta convertir en tu propio uso bienes ajenos de los que eres simple administrador, no propietario. Y si el deseo de brillo y gloria te lleva a mantener muchos criados, ¿no te verás obligado a robar de algún modo a unos lo que repartas a otros, por no bastarte tus bienes legítimos? No es esto ser bienhechor y liberal, pues no hay liberalidad si no se respeta la justicia.

16. Quisiera además persuadirte, amigo mío, que no debes desoír el llamamiento de la caridad divina poniendo por excusa el servicio que prestas al señor arzobispo, que tanto confía y se apoya en tus consejos. No siempre es fácil dar consejos útiles y justos. La caridad divina, en cambio, es tanto más útil cuanto más justa. Porque, ¿qué hay tan justo y tan útil, qué hay tan innato y conforme con la naturaleza humana como amar el bien? ¿Y qué mayor bien que Dios? Más aún, ¿existe algún otro bien fuera de Dios ? Así, pues, el alma santa con alguna experiencia del atractivo, esplendor y hermosura incomparable de tal bien, arde en la llama del amor y exclama: “Siento sed del Dios fuerte y vivo, ¿cuándo iré a ver el rostro del Señor?”

17. ¡Ojalá, hermano, no eches en saco roto los avisos de un amigo, ni prestes oídos sordos a las palabras del Espíritu Santo! ¡Ojalá, carísimo, respondas a mis deseos y a mi larga espera, para que mi alma no sufra por más tiempo inquietudes, temores y ansiedades por causa tuya! Pues si ocurriera – Dios no lo permita – que partieras de esta vida sin pagar la deuda de tu voto, me dejarías sumido en la más profunda tristeza, sin ninguna esperanza de consuelo.

18. Por ello te ruego encarecidamente que, al menos por devoción, te dignes venir como peregrino a San Nicolás y luego te des una vuelta por aquí para visitar a quien te aprecia como nadie. Podremos charlar juntos del estado de nuestras cosas, de nuestro modo de vida religiosa y de otros asuntos de común interés. Confío en el Señor que no te pesará el haber cargado con las molestias de tan largo viaje.

19. He sobrepasado los límites de una carta ordinaria: no pudiendo gozar de tu presencia, he querido permanecer conversando más largo rato contigo por escrito.

Te deseo sinceramente, hermano, que goces de buena salud por muchos años y que no olvides mi consejo.

Agradeceré me envíes la Vida de san Remigio, que no se encuentra aquí por ninguna parte. A Dios.
Guigo I: Carta a un solitario
1. Al Reverendo... , Guigo, el menor de los servidores de la Cruz que están en Cartuja: Vivir y morir por Cristo.

2. Alguno estima feliz a otro. Para mí, el que lo es verdaderamente no es el ambicioso que lucha para conseguir honras elevadas en el palacio, sino el que escoge llevar una vida simple y pobre en el desierto, que gusta aplicarse a meditar en el reposo y desea permanecer sentado solo en el silencio.

3. Porque brillar en las honras, estar elevado en dignidades, es, a mi juicio, cosa menos tranquila, expuesta a peligros, sujeta a cuidados, sospechosa para muchos, para nadie segura. Alegre en un principio, equívoca en la práctica, triste en su término. Aplaude a los indignos, indígnase contra los buenos, y la mayoría de las veces se burla de unos y de otros. Y mientras hace desgraciados a muchos, a ninguno hace feliz ni contento.

4. Al contrario, la vida pobre y solitaria, es pesada al principio, fácil en su decurso, y al final se torna celestial. Es constante en las adversidades, confiada en las incertidumbres, modesta en la prosperidad. Es frugal en la alimentación, simple en el vestir, reservada en las palabras, casta en las costumbres. Digna de los mayores deseos, porque no desea absolutamente nada. Por sus malos actos pasados siente a menudo el arrepentimiento, los evita en el presente y se previene contra ellos en el futuro. Presume de la misericordia, pero desconfía de sus méritos. Hambrienta de los bienes celestiales, desprecia los de la tierra. Se esfuerza por adquirir una buena conducta, se mantiene en ella con perseverancia, y la guarda siempre. Se entrega a los ayunos por familiaridad de la Cruz, mas acepta los alimentos por necesidad del cuerpo. Dispone una y otra cosa con la más perfecta medida, ya que cada día domina la gula cuando decide comer y el orgullo cuando quiere ayunar. Se dedica al estudio, sobre todo de las Escrituras y de obras religiosas, centrándose más en la médula del sentido que en la vanidad de las palabras. Lo más admirable y elogioso es que, permaneciendo sin cesar en reposo, al mismo tiempo nunca está ociosa. Porque multiplica sus ocupaciones de tal modo que la mayoría de las veces le falta el tiempo más que las diversas actividades. Y se lamenta más frecuentemente de la falta de tiempo, que del fastidio del trabajo.

5. ¿Y qué más decir? Es un bello tema aconsejar el reposo, pero semejante exhortación exige un espíritu señor de sí que, celoso de su propio bien, desdeñe entrometerse en los asuntos ajenos o públicos; un espíritu que sirva a Cristo en la paz, que no quiera ser a la vez soldado de Dios y guardián del mundo, y que sepa perfectamente que no puede gozar aquí con el siglo, y en el futuro reinar con el Señor.

6. Mas poco son esto y otras cosas semejantes si te acuerdas de lo que bebió sobre el patíbulo Aquel que te convida a su Reino. Lo quieras o no, te conviene seguir el ejemplo de Cristo en su pobreza, si quieres tener parte con Cristo en sus riquezas. “Si sufrimos con Él, dice el Apóstol, reinaremos también con Él” , “Si morimos con Cristo, viviremos también con Él” . El propio Mediador respondió a sus dos discípulos que le pedían sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda: “¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber?” . Nos mostraba de este modo que se llega a los festines prometidos de los Patriarcas y al néctar de las copas celestiales por los cálices de las amarguras terrestres.

7. Porque en sí misma la amistad alimenta la confianza, y que tú, mi amado amigo en Cristo, me fuiste siempre muy querido desde el día que te conocí, te exhorto, te animo y te pido, visto que eres prudente, ponderado, instruido e ingenioso, que sustraigas al mundo ese poco de tu vida que todavía no ha sido consumido. No tardes en quemarlo para Dios como un sacrificio vespertino , colocándolo sobre el fuego de la caridad para que, a ejemplo de Cristo, seas tú mismo sacerdote y también “víctima de agradable olor a Dios” y a los hombres.

8. Para que comprendas mejor a dónde quiero llegar con el ardor de este discurso, indico brevemente a tu prudencia cuál es el deseo de mi corazón y mi consejo: como hombre de corazón generoso y noble, abraza nuestro género de vida, teniendo en vista la salvación eterna, y, hecho nuevo recluta de Cristo, vigilarás, haciendo una centinela santa en el campo de la milicia celeste, después de haber ceñido al lado tu espada por causa de los espantos de la noche.

9. Por tanto, como se trata de una cosa buena en su emprendimiento, fácil en su realización y feliz en su obtención, te pido que pongas en la consecución de un tan justo negocio tanta aplicación cuanto para ello te conceda la gracia divina. Dónde y cuándo debes hacerlo, lo dejo a la elección de tu perspicacia. Mas no creo de ninguna forma que un plazo o demora en ello sea algo ventajoso para ti.

10. Mas no quiero alargarme más sobre tal asunto, receloso de que este discurso rudo y sin elegancia te moleste como frecuentador del palacio y de la corte. Tenga, pues, esta carta un fin y una medida, cosa que no tendrá nunca mi gran afecto por ti.
Alocución Del Papa Juan Pablo II: A Los Cartujos De La Cartuja De Serra San Bruno, En Calabria, Con Motivo Del Noveno Centenario De La Fundación De La Orden
“DOY LAS GRACIAS”

1. Doy las gracias cordialmente al padre prior por las fervientes palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de la comunidad en este encuentro, para mí, ‐y estoy seguro de que también para vosotros‐ tan significativo. He venido muy gustosamente para manifestaros el afecto y la estima que tengo por vuestra Orden, y, además, para recordar, en el IX centenario de su fundación, los estrechos vínculos que tiene con la Sede Apostólica desde sus orígenes, cuando a san Bruno y a sus primeros discípulos les fueron confiadas algunas misiones por mi venerado predecesor Urbano II. Para la fecha jubilar envié al padre André Poisson, ministro general de la Orden, una carta en la que, recordando el carisma de vuestra benemérita institución, ponía de relieve que, aun dentro de la debida y justa adaptación a los tiempos, ʺos conviene a vosotros permanecer firmes en vuestro santo propósito con inconmovible voluntad, tornando siempre al espíritu primigenio de vuestra Ordenʺ. Ahora que la Providencia ha permitido esta visita, quisiera reanudar el tema que comencé en la carta, meditando con vosotros sobre la misión que tenéis en la Iglesia y sobre lo que el Pueblo de Dios espera de vosotros. A vosotros se os ha dado vivir la vocación contemplativa en este oasis de paz y de oración, al que ya san Bruno, escribiendo a su amigo Raúl le Verd, describía así: ʺVivo en un desierto de Calabria, bastante alejado por todas partes de todo poblado... ¿Como describirte dignamente la amenidad del lugar, lo templado y sano de sus aires, sus anchas y graciosas llanuras, que se extienden a lo largo entre los montes, con verdes praderas y floridos pastos? ¿O la vista de las colinas que se elevan en suaves pendientes por todas partes, y el retiro de los umbrosos valles con su encantadora abundancia de ríos, arroyos y fuentes?ʺ (S. Bruno, Carta a Raúl, ʺCartas de los primeros Cartujos “Sources chrétiennes”, París 1962, pág. 63). Es necesario que vosotros, actuales seguidores de ese gran hombre de Dios, recojáis sus ejemplos, comprometiéndoos a poner en práctica su espíritu de amor a Dios en la soledad, en el silencio y en la oración, como quienes ʺesperan la vuelta de su señor para que, apenas llame, en seguida le abranʺ (Lc 12,36). Efectivamente, vosotros estáis llamados a vivir como con anticipación esa vida divina que san Pablo describe en la primera Carta a los Corintios, cuando observa: ʺAhora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces conoceré como soy conocidoʺ (13,12).

2. El Fundador os invita a reflexionar sobre el sentido profundo de la vida contemplativa, a la que llama Dios en toda época de la historia a almas generosas. El espíritu de la Cartuja es para hombres fuertes; ya san Bruno advertía que el compromiso contemplativo estaba reservado a pocos (ʺlos hijos de la contemplación son menos numerosos que los de la acciónʺ (S. Bruno, Carta a Raúl, “Lettres des premiers Chartreuxʺ, Sources chrétiennes, París, 1962, pág. 70, 72). Pero estos pocos están llamados a formar una especie de ʺcentinela avanzadaʺ en la Iglesia. El trabajo lento y continuo sobre el carácter, la apertura a la gracia divina, la oración asidua, todo sirve para forjar en el cartujo un espíritu nuevo, templado en la soledad a fin de vivir para Dios en actitud de disponibilidad total. En la Cartuja se compromete uno a conseguir la plena superación de sí mismo y a cultivar los gérmenes de toda virtud, alimentándose copiosamente de los frutos celestes. Hay en todo esto un programa de vida interior, al que alude san Bruno cuando escribe: ʺAquí se adquiere aquel ojo limpio, cuya serena mirada hiere de amores al Esposo y cuya limpieza y puridad permite, ver a Dios. Aquí se vive un ocio activo, se reposa en una sosegada actividadʺ (ib, pág. 70). El hombre contemplativo tiende constantemente hacia Dios y, con toda razón, puede expresar el anhelo del Salmista: ʺ¿Cuándo podré ir a ver la faz de Dios?ʺ (Sal. 41, 5;). Ve el mundo y sus realidades de modo muy diverso de quien vive en él: la ʺquiesʺ sólo se busca en Dios y san Bruno invita repetidas veces a sus discípulos a huir de ʺlas molestias y miseriasʺ de este mundo y a trasladarse ʺdel tempestuoso mar de este mundo para entrar en el reposo tranquilo y seguro del puertoʺ, (ib. pág. 74). En la paz y en el silencio del monasterio se encuentra la alegría de alabar a Dios, de vivir en Él, de Él y para Él. San Bruno, que vivió en este monasterio cerca de diez años, escribiendo a sus hermanos de la comunidad de Chartreuse, abre su corazón desbordante de alegría y sin retórica alguna los impulsa a gozar de su estado contemplativo: ʺAlegraos, mis hermanos carísimos ‐escribe‐ por vuestra feliz suerte y por las abundantes gracias que la mano del Señor ha derramado sobre vosotros. Alegraos de haber escapado de los muchos peligros y naufragios del tempestuoso mar del siglo. Alegraos de haber alcanzado el reposo tranquilo y seguro del más resguardado puerto”. (ib. p. 82).

3. Sin embargo, esta específica y heroica vocación vuestra no os sitúa al margen de la Iglesia; más bien os coloca en el corazón mismo de ella. Vuestra presencia es una llamada constante a la oración, que es el presupuesto de todo auténtico apostolado. Como tuve oportunidad de escribiros, el ʺsacrificio de alabanza cuenta con vuestra fervorosa y plena ejercitación, pues que día y noche ʹperseveráis en las divinas centinelasʹ (cf. S. Bruno)ʺ. La Iglesia os estima, cuenta mucho con vuestro testimonio, confía en vuestras oraciones, también yo os encomiendo mi ministerio apostólico de Pastor de la Iglesia universal. Dad con la vida testimonio de vuestro amor a Dios. El mundo os mira y, acaso inconscientemente, espera mucho de vuestra vida contemplativa. Continuad poniendo ante sus ojos la ʺprovocaciónʺ de un modo de vivir que, aun cuando esté amasado de sufrimientos, soledad y silencio, hace desbordar en vosotros la fuente de una alegría siempre nueva. ¿Acaso no escribió vuestro Fundador: ʺcuánta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto a quien lo ama, sólo lo conocen quienes lo han experimentadoʺ? (ib. p.70). Que ésta es también vuestra experiencia, se puede deducir del entusiasmo con que perseveráis en el camino emprendido. En vuestros rostros se ve cómo Dios da la paz y la alegría del Espíritu como merced a quien ha abandonado todo para vivir de Él y cantar eternamente sus alabanzas.

4.‐ La actualidad de vuestro carisma está ante la Iglesia y deseo que muchas almas generosas os sigan en la vida contemplativa. Vuestro camino es un camino evangélico de seguimiento a Cristo. Exige la donación total con la segregación del mundo, como consecuencia de una opción valiente, que tiene en su origen únicamente la llamada de Jesús. Él es quien os ha hecho esta invitación de amistad y de amor para seguirlo al monte, para permanecer con Él. Mi deseo es que desde este lugar parta un mensaje al mundo y llegue especialmente a los jóvenes, abriendo ante sus ojos la perspectiva de la vocación contemplativa como don de Dios. Los jóvenes, hoy, están animados por grandes ideales y, si ven hombres coherentes, testigos del Evangelio, los siguen con entusiasmo. Proponer al mundo de hoy practicar ʺla vida escondida con Cristoʺ (Col 3,3) significa reafirmar el valor de la humildad, de la pobreza, de la libertad interior. El mundo, que en el fondo está sediento de estas virtudes, quiere ver hombres rectos que la practiquen con heroísmo cotidiano, movidos por la conciencia de amar y servir con este testimonio a los hermanos. Vosotros, desde este monasterio, estáis llamados a ser lámparas que iluminan la senda por la que caminan muchos hermanos y hermanas esparcidos por el mundo: sabed ayudar siempre a quien tenga necesidad de vuestra oración y de vuestra serenidad. Aun con la feliz condición de haber elegido, con la hermana de Marta, María, ʺla mejor parte..., que no le será quitadaʺ (Lc 10,42), no estáis colocados al margen de las situaciones de los hermanos, que llaman a vuestro lugar de soledad. Os traen sus problemas, sus sufrimientos, las dificultades que acompañan esta vida: vosotros ‐dentro del respeto a las exigencias de vuestra vida contemplativa‐ les dais la alegría de Dios, asegurándoles que oraréis por ellos, que ofreceréis vuestra ascesis a fin de que también ellos saquen fuerza y valor de la fuente de la vida, que es Cristo. Ellos os ofrecen la inquietud de la humanidad; vosotros les hacéis descubrir que Dios es la fuente de la verdadera paz. Efectivamente, para utilizar de nuevo una expresión de san Bruno: ʺY ¿qué mayor bien que Dios? Más aun, ¿existe algún otro bien fuera de Dios?ʺ (Ib. pág. 78).

5.‐ He querido leer con vosotros algunos pensamientos de vuestro Fundador para revivir en este lugar, testigo de su intensa vida eremítica, el espíritu que lo animaba. Aquí quiso él, tras un largo servicio a la Iglesia, clausurar su existencia terrena. Aquí permanecéis vosotros para mantener viva la lámpara que él encendió hace nueve siglos. Llevo conmigo, a esta visita pastoral a Calabria, la experiencia de un momento de paz y de alegría, que me ha proporcionado profundo consuelo. La naturaleza, el silencio, vuestra oración quedan grabadas en mi espíritu: continuad vuestra misión. Como consuelo de vuestro esfuerzo, imparto a cada uno la bendición apostólica, propiciadora de los dones que vienen de Dios, fuente de todo consuelo.
Juan Pablo II a la Orden Cartujana, en el noveno centenario de su fundación (1084 –1984)
AL DILECTO HIJO
ANDRÉS POISSON
MINISTRO GENERAL DE LA ORDEN
CARTUJANA
“VACAR AL SILENCIO Y SOLEDAD DE LA CELDA”

ʺVacar al silencio y soledad de la celdaʺ está considerado como el principal empeño y propósito de la Orden Cartujana, a la que presides (cfr. Est. renovados de la Orden Cartujana, 4,1). Cuyos miembros, obedientes a la singular vocación de Dios, y a fin de vivir sólo para Él, se han trasladado ʺde la tormenta de este mundo al seguro y tranquilo refugio del puertoʺ (S. Bruno Carta a Raúl, Sources Chretiennes, París 1962, pág. 74).
Hace ya novecientos años que se esfuerza esta Orden por llevar tal ʺvida escondida con Cristoʺ (Col. 3, 3) con vigor y perseverancia dignos de encomio. Lo que con justicia se debe sacar a luz en estos momentos en que se celebra la conmemoración de su origen. En efecto, alrededor del 24 de junio de 1084, festividad de San Juan Bautista, ʺel mayor de los profetas y amante del desiertoʺ (cfr. Himno de Laudes de la Solemnidad de San Juan Bautista), a quien los Cartujos veneran como celestial patrono, después de la Bienaventurada Virgen María, comenzó san Bruno, varón eximio, junto con algunos compañeros, esta forma de vida separada del mundo, en el lugar llamado la Cartuja, en los términos de la Diócesis de Grenoble.
Con motivo de la conmemoración de tan feliz acontecimiento, nos gozamos junto con vosotros, os felicitamos de corazón por tan prolongada fidelidad, y con agrado aprovechamos esta ocasión para manifestar a toda la familia cartujana nuestra distinguida estimación y nuestro paternal amor. Como es sabido, en los primeros tiempos de la Iglesia, surgieron los eremitas, dedicados a la oración y al trabajo en lugares desiertos, ʺlos cuales, dejándolo todo, se consagraban a una excelente profesiónʺ (San Atanasio, Vida de san Antonio, PG. 26, 866). De ellos tomó su origen la práctica de la vida religiosa. Sus ejemplos excitaron la admiración de los hombres, y a muchos incitaron a la práctica de la virtud. De entre tantos testimonios, tomaremos uno siquiera como muestra, san Jerónimo, quien, con encendidas palabras, pregonó las escondidas moradas de los monjes: ʺ¡Oh desierto, que pululas con las flores de Cristo! ¡Oh soledad, donde nacen las piedras con las que en el Apocalipsis se construye la ciudad del gran rey! ¡Oh yermo, que te deleitas familiarmente con Dios!ʺ. Los Romanos Pontífices han aprobado y alabado muchas veces esta vida retirada, como, por lo que respecta a vosotros, lo ha hecho en nuestros días Pío XI en la Constitución Apostólica ʺUmbratilemʺ, y Pablo VI en la Carta dirigida a ti con ocasión del Capítulo General (AAS, 1.6,1924, pág. 385 ss. 63,1971, pág. 447 ss.).
Y el Concilio Vaticano II ha expresado su gran estima por esa misma vida solitaria cuyos miembros siguen más de cerca a Cristo orando en el monte, y ha reivindicado la misteriosa fecundidad que de ella fluye para toda la Iglesia (Lumen gentium, 46; Perfectae caritatis, 7). Por último, el Código de Derecho Canónico, recientemente publicado, confirma la misma doctrina de un modo muy significativo: ʺLos Institutos de vida exclusivamente contemplativa tienen siempre una parte relevante en el Cuerpo Místico de Cristoʺ (can. 674).
Todo esto os toca a vosotros, queridos monjes y monjas cartujos, que, ajenos al mundanal ruido, ʺhabéis escogido la mejor parteʺ (Luc. 10,41). Por consiguiente, en medio del veloz apresuramiento por el que son arrebatados los hombres de hoy, os conviene a vosotros permanecer firmes en vuestro santo propósito con inconmovible voluntad, tornando siempre al espíritu primigenio de vuestra Orden. Los tiempos actuales parece que anhelan ese mismo ejemplo y oportunidad de vuestra vida: los hombres, solicitados por tantos movimientos intelectuales en diversas direcciones; que con harta frecuencia se hallan perturbados e, incluso, arrastrados hacia críticas situaciones espirituales con tantas publicaciones como se editan, y, sobre todo, por los medios de comunicación social, que son tan poderosos para embaucar los ánimos, y que a veces contradicen a la verdad y a la educación cristianas; (esos hombres) desean alcanzar lo absoluto, palparlo y verlo, por decirlo así, comprobado por un testimonio viviente. Y es obra vuestra el mostrárselo.
Conviene asimismo que los hijos e hijas de la Iglesia, que se dedican a oficios apostólicos en el mundo, entre cosas efímeras y pasajeras, se fortalezcan en la estabilidad y en el amor de Dios, al contemplarlos patentes en vosotros en la parte que os ha caído en suerte en la terrena peregrinación. La Iglesia misma, a quien compete como Cuerpo Místico de Cristo ofrecer sin cesar a la divina Majestad el sacrificio de alabanza ‐como uno de sus principales deberes‐ cuenta con vuestra fervorosa y plena ejercitación, pues que día y noche ʺperseveráis en las divinas centinelasʺ (cfr. San Bruno, Carta citada, pág. 68). Hay que confesar, no obstante, que vuestra vida eremítica no se entiende a veces como es debido, ni es estimada en su valor, en estos tiempos en los que, tal vez, se asigna demasiado a la acción, tanto más cuanto que faltan operarios en la viña del Señor. Pero, en contra de esta creencia, es necesario afirmar, aun en nuestra época, que los Cartujos deben mantenerse completamente fieles a la índole auténtica de su Orden.
Todo lo dicho concuerda perfectamente con la norma del nuevo Código de Derecho Canónico, el cual, a la vez que recuerda la urgencia del apostolado activo, fomenta, sin embargo, la particular vocación de quienes se han inscrito como miembros de Institutos del todo contemplativos; y lo hace también en razón del servicio que prestan al pueblo de Dios, ʺestimulándole con su ejemplo y acrecentándole con su oculta fecundidad apostólicaʺ (can. 674). Si por esta causa los miembros de vuestro Instituto ʺno pueden ser llamados para que presten colaboración en los distintos ministerios pastoralesʺ (ibid.), tampoco os corresponde a vosotros, al menos de un modo habitual, ejercitar esa otra forma de apostolado que consistiría en admitir a los extraños, deseosos de un piadoso retiro, a pasar cierto lapso de tiempo en vuestros monasterios, puesto que es poco congruente con el fin de vuestra vida eremítica.
Sin duda que las muchas y rápidas transmutaciones que se dan en la actual sociedad, las nuevas predisposiciones psicológicas que agitan principalmente los ánimos juveniles, y la tensión nerviosa que padecen muchos de nuestros contemporáneos, pueden acarrear dificultades a las comunidades cartujanas, sobre todo por lo que mira a los brotes que renacen como esperanza de la Orden. Por tanto, habrá que actuar con prudencia y con firmeza, a fin de que, sin dejar de atender a las dificultades de los jóvenes, se mantenga íntegro vuestro verdadero carisma y sin separarse de las normas ya experimentadas. Únicamente una voluntad inflamada en el amor de Dios y dispuesta a servirle denodadamente en austeridad de vida y en huida del mundo, logrará superar todos los obstáculos. La Iglesia está con vosotros, queridos hijos e hijas de san Bruno, y espera gran provecho espiritual de vuestras oraciones y de las asperezas que soportáis para gloria de Dios. Ya en otras ocasiones, realzando la vida consagrada a Dios, hemos dicho: ʺNo importa tanto lo que hacéis como lo que soisʺ (Aloe. 12 oct. de 1979 dirigida a sacerdotes, misioneros, religiosos y religiosas; AAS, 71, 1979, pág. 1127): y esto os alcanza de modo singularísimo a vosotros, que os mantenéis alejados de la llamada vida activa.
Al recordar, pues, el comienzo de vuestras realizaciones de por vida, os sentís, seguramente, impulsados a adheriros con nuevo ardor de espíritu y nuevo júbilo espiritual a vuestra altísima vocación.
Que la Bendición Apostólica, que con sumo agrado te impartimos a ti, dilecto hijo, y a todos los monjes y monjas Cartujos, sea señal del amor que nos ha dictado lo que os hemos escrito y presagio de abundantes dones celestiales.
Del Vaticano, el día XIV de mayo del año MCMLXXXIV, sexto de nuestro Pontificado.
Mensaje Del Santo Padre Juan Pablo II con ocasión del IX Centenario de la muerte De San Bruno
Al Reverendo Padre Marcellin THEEUWES Prior de Chartreuse Ministro general de la Orden de los Cartujos y a todos los miembros de la familia cartujana

1. Mientras los miembros de la familia cartuja celebran el IX centenario de la muerte de su fundador, doy gracias juntamente con ellos a Dios, que suscitó en su Iglesia la figura eminente y siempre actual de san Bruno. Con una oración ferviente, apreciando vuestro testimonio de fidelidad a la Sede de Pedro, me uno de buen grado a la alegría de la orden cartuja, que tiene a este "padre muy bueno e incomparable" como maestro de vida espiritual. El 6 de octubre de 1101, "ardiendo de amor divino", Bruno dejó "las sombras fugitivas del siglo" para alcanzar definitivamente los "bienes eternos" (cf. Carta a Raúl, n. 13). Los hermanos del eremitorio de Santa María de la Torre, en Calabria, a los que había dado tanto afecto, no podían dudar de que ese dies natalis inauguraba una aventura espiritual singular, que produce aún hoy frutos abundantes para la Iglesia y para el mundo. Testigo de la inquietud cultural y religiosa que en su época agitaba a la Europa naciente, protagonista de la reforma que deseaba realizar la Iglesia frente a las dificultades internas que encontraba, después de ser un profesor apreciado, Bruno se sintió llamado a consagrarse al bien único que es Dios mismo. "¿Hay algo tan bueno como Dios? Más aún, ¿existe un bien que no sea Dios? Por eso el alma santa que percibe este bien, su incomparable brillo, su esplendor y su belleza, arde en la llama de amor celestial y exclama: "Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿cuándo veré el rostro de Dios?"" (Carta a Raúl, n. 15). El carácter radical de esta sed impulsó a Bruno, en la escucha paciente del Espíritu, a inventar con sus primeros compañeros un estilo de vida eremítica, en el que todo favorece la respuesta a la llamada de Cristo que, en todos los tiempos, elige a hombres "para llevarlos a la soledad y unirse a ellos con un amor íntimo" (Estatutos de la Orden de los Cartujos). Con esa elección de "vida en el desierto", Bruno invita desde entonces a toda la comunidad eclesial "a no perder nunca de vista la suprema vocación, que consiste en estar siempre con el Señor" (Vita consecrata, 7). San Bruno manifiesta un vivo sentido de Iglesia, pues fue capaz de olvidar "su" proyecto, para responder a las llamadas del Papa. Consciente de que no se puede avanzar por el camino de la santidad sin obedecer a la Iglesia, nos muestra así que la verdadera vida de seguimiento de Cristo exige ponerse en sus manos, manifestando en el abandono de sí un suplemento de amor. Esta actitud le mantenía en una alegría y alabanza a Dios permanentes. Sus hermanos constataban que "tenía siempre el rostro radiante de gozo y palabras modestas. Con el vigor de un padre, sabía mostrar la sensibilidad de una madre" (Introducción al Pergamino fúnebre dedicado a san Bruno). Estas delicadas palabras del pergamino fúnebre expresan la fecundidad de una vida consagrada a la contemplación del rostro de Cristo, fuente de eficacia apostólica y motor de la caridad fraterna. Ojalá que los hijos e hijas de san Bruno, a ejemplo de su padre, sigan contemplando siempre a Cristo, mostrando así "una vigilancia santa y perseverante, a la espera de la vuelta de su Maestro, para abrirle cuando llame" (Carta a Raúl, n. 4); esto constituye una llamada estimulante para que todos los cristianos se mantengan vigilantes en la oración a fin de acoger a su Señor.

2. Después del gran jubileo de la Encarnación, la celebración del IX centenario de la muerte de san Bruno adquiere hoy aún mayor importancia. En la carta apostólica Novo millennio ineunte he invitado a todo el pueblo de Dios a recomenzar desde Cristo, para que quienes tienen sed de sentido y de verdad escuchen los latidos del corazón de Dios y del corazón de la Iglesia. Las palabras de Cristo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20), invitan a todos los que llevan el nombre de discípulos a sacar de esta certeza un impulso renovado para su vida cristiana, fuerza inspiradora de su camino (cf. Novo millennio ineunte, 29). La vocación a la oración y a la contemplación, que caracteriza la vida cartuja, muestra particularmente que sólo Cristo puede dar a la esperanza humana una plenitud de sentido y de alegría. ¿Cómo dudar entonces, aunque sólo sea por un instante, de que esa expresión del amor puro da a la vida cartuja una extraordinaria fecundidad misionera? En el retiro de los monasterios y en la soledad de las celdas, paciente y silenciosamente, los cartujos tejen el vestido nupcial de la Iglesia, "engalanada como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21, 3); presentan diariamente el mundo a Dios e invitan a toda la humanidad al banquete de bodas del Cordero. La celebración del sacrificio eucarístico constituye la fuente y la cumbre de toda la vida en el desierto, conformando al ser mismo de Cristo a los hombres y mujeres que se entregan al amor, a fin de hacer visibles la presencia y la acción del Salvador en el mundo, para salvación de todos los hombres y alegría de la Iglesia.

3. En el corazón del desierto, lugar de prueba y de purificación de la fe, el Padre lleva a los hombres por un camino de desprendimiento que va contra la lógica del tener, del éxito y de la felicidad ilusoria. A los que querían vivir según el ideal de san Bruno, Guigues el Cartujo los animaba sin cesar a "seguir el ejemplo de Cristo pobre, (para) compartir sus riquezas" (Sobre la vida solitaria, n. 6). Este desprendimiento implica una ruptura radical con el mundo, que no es desprecio del mundo, sino una orientación asumida para toda la existencia en una búsqueda asidua del único Bien: "Me has seducido, Señor, y me dejé seducir" (Jr 20, 7). ¡Feliz la Iglesia, que puede contar con el testimonio cartujo de disponibilidad total al Espíritu y de una vida entregada totalmente a Cristo! Así pues, invito a los miembros de la familia cartuja a ser, con la santidad y sencillez de su vida, como una ciudad en la cima del monte y como una lámpara sobre el candelero (cf. Mt 5, 14-15). Que, arraigados en la palabra de Dios, saciados por los sacramentos de la Iglesia y sostenidos por la oración de san Bruno y de los hermanos, sigan siendo para toda la Iglesia, y en el centro del mundo, "lugares de esperanza y de descubrimiento de las bienaventuranzas; lugares en los que el amor, alimentado con la oración, principio de comunión, está llamado a convertirse en lógica de vida y fuente de alegría" (Vita consecrata, 51). La vida de clausura, expresión sensible de una ofrenda de toda la vida vivida en unión con la de Cristo, al hacer sentir la precariedad de la existencia, invita a confiar únicamente en Dios. Aumenta la sed de recibir las gracias concedidas con la meditación de la palabra de Dios. Asimismo, es "el lugar de la comunión espiritual con Dios y con los hermanos y hermanas, donde la limitación del espacio y de las relaciones con el mundo exterior favorecen la interiorización de los valores evangélicos" (ib., 59). En efecto, la búsqueda de Dios en la contemplación es inseparable del amor a los hermanos, un amor que nos lleva a reconocer el rostro de Cristo en el más pobre de entre los hombres. La contemplación de Cristo vivida en la caridad fraterna sigue siendo el camino más seguro para la fecundidad de toda vida. San Juan no cesa de recordarlo: "Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1 Jn 4, 7). Lo había comprendido muy bien san Bruno, que jamás separó el primado que otorgaba a Dios en toda su vida de la profunda humanidad que testimoniaba entre sus hermanos.

4. El IX centenario del dies natalis de san Bruno me brinda la ocasión de renovar mi gran confianza en la Orden de los Cartujos por lo que respecta a su misión de contemplación gratuita y de intercesión por la Iglesia y por el mundo. A ejemplo de san Bruno y de sus sucesores, los monasterios cartujos no dejan de atraer la atención de la Iglesia hacia la dimensión escatológica de su misión, recordando las maravillas que Dios obra y velando en espera del cumplimiento último de la esperanza (cf. Vita consecrata, 27). La orden cartuja, centinela infatigable del Reino que viene, procurando "ser" antes que "hacer", da a la Iglesia vigor y valentía en su misión, para remar mar adentro y hacer que la buena nueva de Cristo inflame a toda la humanidad. Durante estos días de fiesta de la Orden, ruego ardientemente al Señor que suscite en el corazón de numerosos jóvenes la llamada a dejarlo todo para seguir a Cristo pobre por el camino exigente pero liberador de la vida cartuja. Invito también a los responsables de la familia cartuja a responder sin miedo a las llamadas de las Iglesias jóvenes a fundar monasterios en sus territorios. Con este espíritu, el discernimiento y la formación de los candidatos que se presentan deben ser objeto de una atención renovada por parte de los formadores. En efecto, nuestra cultura contemporánea, marcada por un fuerte sentimiento hedonista, por el afán de poseer y por una concepción errónea de la libertad, no facilita la expresión de la generosidad de los jóvenes que quieren consagrar su vida a Cristo, deseando seguir sus pasos por el camino de una vida de amor oblativo y de servicio concreto y generoso. La complejidad de los caminos personales, la fragilidad psicológica y las dificultades para vivir la fidelidad en el tiempo invitan a hacer todo lo posible para proporcionar a los que piden entrar en el desierto de la cartuja una formación que abarque todas las dimensiones de la persona. Además, hay que prestar atención especial a la elección de formadores capaces de acompañar a los candidatos por el camino de la liberación interior y de la docilidad al Espíritu Santo. Por último, conscientes de que la vida fraterna es un elemento fundamental del itinerario de las personas consagradas, es preciso invitar a las comunidades a vivir sin reservas el amor mutuo, fomentando un clima espiritual y un estilo de vida conformes al carisma de la Orden.

5. Queridos hijos e hijas de san Bruno, como recordé al final de la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, "vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (n. 110). En el corazón del mundo, hacéis que la Iglesia esté atenta a la voz de su Esposo, que le dice: "¡Ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). Os exhorto a no renunciar jamás a las intuiciones de vuestro fundador, aunque el empobrecimiento de las comunidades, la disminución de las entradas y la incomprensión que suscita vuestra opción radical de vida puedan llevaros a dudar de la fecundidad de vuestra Orden y de vuestra misión, cuyos frutos pertenecen misteriosamente a Dios. A vosotros, queridos hijos e hijas de la cartuja, que sois los herederos del carisma de san Bruno, os corresponde conservar en toda su autenticidad y profundidad la especificidad del camino espiritual que os mostró con su palabra y su ejemplo. Vuestro conocimiento experiencial de Dios, alimentado en la oración y la meditación de su palabra, invita al pueblo de Dios a ensanchar su mirada hacia los horizontes de una humanidad nueva que busca la plenitud de su sentido y la unidad. Vuestra pobreza, ofrecida para gloria de Dios y salvación del mundo, es una contestación elocuente de las lógicas del lucro y la eficacia que frecuentemente cierran el corazón del hombre y de las naciones a las verdaderas necesidades de sus hermanos. En efecto, vuestra vida escondida con Cristo, como la cruz silenciosa plantada en el corazón de la humanidad redimida, sigue siendo para la Iglesia y el mundo el signo elocuente y el recuerdo permanente de que todo ser, hoy como ayer, puede dejarse conquistar por Aquel que es sólo amor.

Encomendando a todos los miembros de la familia cartuja a la intercesión de la Virgen María, Mater singularis Cartusiensium, Estrella de la evangelización del tercer milenio, os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a todos los bienhechores de la Orden.

Vaticano, 14 de mayo de 2001 JUAN PABLO II
Homilía del Santo Padre Benedicto XVI durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional
Queridos hermanos y hermanas:
No he preparado propiamente una homilía, sino sólo algunos puntos para la meditación. La misión de san Bruno, el santo que celebramos hoy, se presenta claramente y podemos decir que está interpretada en la oración de este día que, a pesar de variar algo en el texto italiano, nos recuerda que su misión fue silencio y contemplación. Pero el silencio y la contemplación tienen una finalidad: sirven para conservar, en medio de la dispersión de la vida diaria, una permanente unión con Dios. Tienen como objetivo hacer que la unión con Dios esté siempre presente en nuestra alma y transforme todo nuestro ser.
El silencio y la contemplación —característica de san Bruno— son necesarios para poder encontrar, en medio de la dispersión de cada día, esta profunda y continua unión con Dios. Silencio y contemplación: la hermosa vocación del teólogo es hablar. Esta es su misión: en medio de la locuacidad de nuestro tiempo y de otros tiempos, en medio de la inflación de palabras, hacer presentes las palabras esenciales. Con las palabras hacer presente la Palabra, la Palabra que viene de Dios, la Palabra que es Dios.
Pero, dado que formamos parte de este mundo con todas sus palabras, ¿cómo podríamos hacer presente la Palabra con las palabras, sino mediante un proceso de purificación de nuestro pensamiento, que debe ser también y sobre todo un proceso de purificación de nuestras palabras.
¿Cómo podríamos abrir el mundo, y antes abrirnos nosotros mismos, a la Palabra sin entrar en el silencio de Dios, del que procede su Palabra? Para la purificación de nuestras palabras y, por tanto, para la purificación de las palabras del mundo necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora.
Santo Tomás de Aquino, juntamente con una larga tradición, dice que en la teología Dios no es el objeto del que hablamos. Esta es nuestra concepción normal. En realidad, Dios no es el objeto; Dios es el sujeto de la teología. El que habla en la teología, el sujeto que habla, debería ser Dios mismo. Y nuestro hablar y pensar sólo debería servir para que pueda ser escuchado, para que pueda encontrar espacio en el mundo el hablar de Dios, la Palabra de Dios.
Así, de nuevo, somos invitados a este camino de renuncia a palabras nuestras; a este camino de purificación, para que nuestras palabras sean sólo instrumento mediante el cual Dios pueda hablar, y de este modo Dios realmente no sea objeto, sino sujeto de la teología.
En este contexto me vienen a la mente unas hermosas palabras de la primera carta de san Pedro, en el primer capítulo, versículo 22. En latín dice así: "Castificantes animas nostras in oboedientia veritatis". La obediencia a la verdad debería hacer casta ("castificare") nuestra alma, guiándonos así a la palabra correcta, a la acción correcta. Dicho de otra manera, hablar para lograr aplausos; hablar para decir lo que los hombres quieren escuchar; hablar para obedecer a la dictadura de las opiniones comunes, se considera como una especie de prostitución de la palabra y del alma. La "castidad" a la que alude el apóstol san Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la obediencia a la verdad.
Creo que esta es la virtud fundamental del teólogo: esta disciplina, incluso dura, de la obediencia a la verdad, que nos hace colaboradores de la verdad, boca de la verdad, para que en medio de este río de palabras de hoy no hablemos nosotros, sino que en realidad, purificados y hechos castos por la obediencia a la verdad, la verdad hable en nosotros. Y así podemos ser verdaderamente portadores de la verdad.
Esto me lleva a pensar en san Ignacio de Antioquía y en una hermosa frase suya: "Quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio". El análisis de las palabras de Jesús llega hasta cierto punto, pero permanece en nuestro pensar. Sólo cuando llegamos al silencio del Señor, en su estar con el Padre del que vienen las palabras, podemos también realmente comenzar a entender la profundidad de estas palabras.
Las palabras de Jesús surgieron en su silencio en la montaña, como dice la Escritura, en su estar con el Padre. De este silencio de la comunión con el Padre, de estar inmerso en el Padre, surgen las palabras; y sólo llegando a este punto, y partiendo de este punto, llegamos verdaderamente a la profundidad de la Palabra y podemos ser nosotros auténticos intérpretes de la Palabra. El Señor, hablando, nos invita a subir con él a la montaña, y a aprender así de nuevo, en su silencio, el auténtico sentido de las palabras. Al decir esto, hemos llegado a las dos lecturas de hoy. Job había clamado a Dios, incluso había luchado con Dios frente a las evidentes injusticias con las que lo trataba. Ahora se encuentra ante la grandeza de Dios. Y comprende que ante la verdadera grandeza de Dios todo nuestro hablar es sólo pobreza y no llega, ni siquiera de lejos, a la grandeza de su ser; así dice: "He hablado dos veces y no añadiré nada". Silencio ante la grandeza de Dios, porque nuestras palabras son demasiado pequeñas.
Esto me lleva a pensar en las últimas semanas de la vida de santo Tomás. En esas últimas semanas ya no escribió ni habló nada. Sus amigos le preguntaron: "Maestro, ¿por qué ya no hablas?, ¿por qué ya no escribes?". Y él respondió: "Ante lo que he visto ahora todas mis palabras me parecen como paja". El padre Jean-Pierre Torrel, gran conocedor de santo Tomás, nos dice que no debemos interpretar mal estas palabras. La paja no equivale a nada. La paja lleva el grano y este es el gran valor de la paja. Lleva el grano. Y también la paja de las palabras sigue siendo válida como portadora del grano. También para nosotros esto es una relativización de nuestro trabajo y a la vez una valorización de nuestro trabajo. Es asimismo una indicación para que nuestro modo de trabajar, nuestra paja, lleve realmente el grano de la palabra de Dios.
El evangelio concluye con las palabras: "Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha". ¡Qué advertencia, qué examen de conciencia implican estas palabras! ¿Es verdad que quien me escucha a mí escucha realmente al Señor? Oremos y trabajemos para que cada vez sea más verdad que quien nos escucha a nosotros escucha a Cristo. Amén.
Encuentro con la población de Serra San Bruno discurso del Santo Padre Benedicto XVI
Señor alcalde,
venerado hermano en el episcopado,
distinguidas autoridades,
queridos amigos de Serra San Bruno:
Me alegra poder encontrarme con vosotros, antes de entrar en la cartuja, donde realizaré la segunda parte de esta visita pastoral a Calabria. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por vuestra cordial acogida; en particular doy las gracias al arzobispo de Catanzaro-Squillace, monseñor Vincenzo Bertolone, y al alcalde, Bruno Rosi, también por las amables palabras que me ha dirigido. Es verdad, dos visitas cercanas del Sucesor de Pedro son un privilegio para vuestra comunidad civil. Pero sobre todo, como justamente ha dicho también el alcalde, es un gran privilegio tener en vuestro territorio esta «ciudadela» del espíritu que es la cartuja. La presencia misma de la comunidad monástica, con su larga historia que se remonta a san Bruno, constituye una constante llamada a Dios, una apertura hacia el cielo y una invitación a recordar que somos hermanos en Cristo.
Los monasterios tienen una función muy importante en el mundo, diría indispensable. Si en el medioevo fueron centros de saneamiento de los territorios pantanosos, hoy sirven para «sanear» el ambiente en otro sentido: a veces, de hecho, el clima que se respira en nuestras sociedades no es salubre, está contaminado por una mentalidad que no es cristiana, y ni siquiera humana, porque está dominada por los intereses económicos, preocupada sólo por las cosas terrenas y carente de una dimensión espiritual. En este clima no sólo se margina a Dios, sino también al prójimo, y las personas no se comprometen por el bien común. El monasterio, en cambio, es modelo de una sociedad que pone en el centro a Dios y la relación fraterna. Tenemos mucha necesidad de los monasterios también en nuestro tiempo.
Queridos amigos de Serra San Bruno, el privilegio de tener cerca la cartuja es para vosotros también una responsabilidad: considerad un tesoro la gran tradición espiritual de este lugar y tratad de ponerla en práctica en la vida cotidiana. Que la Virgen María y san Bruno os protejan siempre. De corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestras familias.
Celebración de las vísperas homilía del Santo Padre Benedicto XVI.
Venerados hermanos en el episcopado,
queridos hermanos cartujos,
hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor que me ha traído a este lugar de fe y de oración, la cartuja de Serra San Bruno. A la vez que renuevo mi saludo y mi agradecimiento a monseñor Vincenzo Bertolone, arzobispo de Catanzaro-Squillace, me dirijo con gran afecto a esta comunidad cartuja, a cada uno de sus miembros, comenzando por el prior, padre Jacques Dupont, a quien doy las gracias de corazón por sus palabras, pidiéndole que haga llegar mi agradecimiento y mi bendición al ministro general y a las monjas de la Orden.
Quiero ante todo subrayar que esta visita se pone en continuidad con algunos signos de fuerte comunión entre la Sede apostólica y la Orden cartuja, que tuvieron lugar durante el siglo pasado. En 1924 el Papa Pío XI promulgó una constitución apostólica con la que aprobó los Estatutos de la Orden, revisados a la luz del Código de derecho canónico. En mayo de 1984, el beato Juan Pablo II dirigió al ministro general una carta especial, con ocasión del noveno centenario de la fundación por obra de san Bruno de la primera comunidad en la Chartreuse, cerca de Grenoble. El 5 de octubre de ese mismo año, mi amado predecesor vino aquí, y está vivo aún el recuerdo de su paso entre estas paredes. En la estela de estos acontecimiento pasados, pero siempre actuales, vengo hoy a vosotros, y quiero que nuestro encuentro ponga de relieve un vínculo profundo que existe entre Pedro y Bruno, entre el servicio pastoral a la unidad de la Iglesia y la vocación contemplativa en la Iglesia. De hecho, la comunión eclesial necesita una fuerza interior, esa fuerza que hace un momento el padre prior recordaba citando la expresión «captus ab Uno», referida a san Bruno: «aferrado por el Uno», por Dios, «Unus potens per omnia», como hemos cantado en el himno de las Vísperas. El ministerio de los pastores toma de las comunidades contemplativas una savia espiritual que viene de Dios.
«Fugitiva relinquere et aeterna captare»: abandonar las realidades fugaces e intentar aferrar lo eterno. En esta expresión de la carta que vuestro fundador dirigió al preboste de Reims, Rodolfo, se encierra el núcleo de vuestra espiritualidad (cf. Carta a Rodolfo, 13): el fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios, abandonando todo lo demás, todo aquello que impide esta comunión, y dejándose aferrar por el inmenso amor de Dios para vivir sólo de este amor. Queridos hermanos, vosotros habéis encontrado el tesoro escondido, la perla de gran valor (cf. Mt 13, 44-46); habéis respondido con radicalidad a la invitación de Jesús: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme» (Mt 19, 21). Todo monasterio —masculino o femenino— es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava incesantemente el pozo profundo del que podemos tomar el «agua viva» para nuestra sed más profunda. Pero la cartuja es un oasis singular, donde el silencio y la soledad son custodiados de modo muy especial, según la forma de vida iniciada por san Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. «Habito en el desierto con los hermanos», es la frase sintética que escribía vuestro fundador (Carta a Rodolfo, 4). La visita del Sucesor de Pedro a esta histórica cartuja no sólo quiere confirmaros a vosotros, que vivís aquí, sino a toda la Orden en su misión, muy actual y significativa en el mundo de hoy.
El progreso técnico, especialmente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque siempre persiste un ruido de fondo, en algunas zonas también de noche. En las últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la virtualidad, que corre el peligro de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida desde la mañana hasta la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta situación, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia que siempre ha existido, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados, pero hoy ha alcanzado tal nivel que se habla de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de permanecer por mucho tiempo en silencio y en soledad.
He querido aludir a esta condición sociocultural, porque pone de relieve el carisma específico de la cartuja, como un don precioso para la Iglesia y para el mundo, un don que contiene un mensaje profundo para nuestra vida y para toda la humanidad. Lo resumiría de este modo: retirándose al silencio y la soledad, el hombre, por así decirlo, se «expone» a la realidad de su desnudez, se expone a ese aparente «vacío» al que aludí antes, para experimentar en cambio la Plenitud, la presencia de Dios, de la Realidad más real que existe, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una presencia perceptible en toda criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta, en la hierba, en las piedras... Dios, Creator omnium, lo penetra todo, pero está más allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo. El monje, dejándolo todo, por así decirlo «se arriesga»: se expone a la soledad y al silencio para vivir sólo de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre.
Alguien podría pensar que es suficiente venir aquí para dar este «salto». Pero no es así. Esta vocación, como toda vocación, encuentra respuesta en un camino, en la búsqueda de toda una vida. De hecho, no basta con retirarse a un lugar como este para aprender a estar en la presencia de Dios. Del mismo modo que en el matrimonio no basta con celebrar el Sacramento para llegar efectivamente a ser una sola cosa, sino que es necesario dejar que la gracia de Dios actúe y recorrer juntos la cotidianidad de la vida conyugal, así el llegar a ser monjes requiere tiempo, ejercicio, paciencia, «en una perseverante vigilancia divina —como afirmaba san Bruno— esperando el regreso del Señor para abrirle inmediatamente la puerta» (Carta a Rodolfo, 4); y precisamente en esto consiste la belleza de toda vocación en la Iglesia: dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la medida de la madurez de Cristo, en ese particular estado de vida. En Cristo está el todo, la plenitud; necesitamos tiempo para hacer nuestra una de las dimensiones de su misterio. Podríamos decir que este es un camino de transformación en el que se realiza y se manifiesta el misterio de la resurrección de Cristo en nosotros, misterio al que nos ha remitido esta tarde la Palabra de Dios en la lectura bíblica, tomada de la Carta a los Romanos: el Espíritu Santo, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8, 11), es Aquel que realiza también nuestra configuración a Cristo según la vocación de cada uno, un camino que discurre desde la pila bautismal hasta la muerte, paso hacia la casa del Padre. A veces, a los ojos del mundo parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida apenas es suficiente para entrar en esta unión con Dios, en esa Realidad esencial y profunda que es Jesucristo.
Por esto he venido aquí, queridos hermanos que formáis la comunidad cartuja de Serra San Bruno. Para deciros que la Iglesia os necesita, y que vosotros necesitáis a la Iglesia. Vuestro puesto no es marginal: ninguna vocación es marginal en el pueblo de Dios: somos un único cuerpo, en el que cada miembro es importante y tiene la misma dignidad, y es inseparable del todo. También vosotros, que vivís en un aislamiento voluntario, estáis en realidad en el corazón de la Iglesia, y hacéis correr por sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios.
Stat crux dum volvitur orbis, así reza vuestro lema. La cruz de Cristo es el punto firme, en medio de los cambios y de las vicisitudes del mundo. La vida en una cartuja participa de la estabilidad de la cruz, que es la de Dios, de su amor fiel. Permaneciendo firmemente unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, también vosotros, hermanos cartujos, estáis asociados a su misterio de salvación, como la Virgen María, que junto a la cruz stabat, unida al Hijo en la misma oblación de amor. Así, como María y junto con ella, también vosotros estáis insertados profundamente en el misterio de la Iglesia, sacramento de unión de los hombres con Dios y entre sí. En esto vosotros estáis también singularmente cercanos a mi ministerio. Así pues, que vele sobre nosotros la Madre santísima de la Iglesia, y que el santo padre Bruno bendiga siempre desde el cielo a vuestra comunidad. Amén.
Bibliografía en Español
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André Ravier, San Bruno, primer cartujo, Cartuja de Miraflores, (2001).
Miguel Renuncio Roba, San Bruno. El primer cartujo, CPL, 2007 (librito para niños).


Muchos de esos títulos, disponibles en la tiendita externa de la Cartuja de Miraflores: https://tienda.cartuja.org/

Colección ‘Sabiduría de la Cartuja’ Editorial Monte Carmelo, Burgos, España: https://montecarmelo.com