El silencio cartujano
El silencio es el camino más eficaz para crecer en el amor auténtico, en la caridad
Pero, evidentemente, no tendría sentido buscar el silencio por sí mismo; sería, además, perjudicial hacerlo así. ¿Qué sucede, pues, en ese silencio? En palabras de un monje contemporáneo, “ese silencio es lo único que hace posible que el Espíritu Santo actúe según su voluntad en el alma… Ese vacío y silencio constituyen en sí mismos una llamada, la llamada infinita del alma hacia Dios —infinita en cuanto que recibe su origen de la infinitud misma del amor creador de Dios—”.
Ese silencio profundo es, además, una alabanza a Dios. El texto hebreo del Salmo 65,2 dice: “La alabanza para Ti, es el silencio.”
“La alabanza más elevada y auténtica es este silencio… silencio que ahora el Espíritu hace que resuene con la Palabra eterna, un silencio lleno de esperanza, simple mirada dirigida a Aquel que está ahí”.
Los maestros espirituales, sobre todo los místicos, han coincidido en resaltar la importancia del silencio como un elemento crucial en el camino hacia Dios. Se podrían multiplicar las citas, pero nos limitaremos a las palabras de uno de los más insignes místicos cartujanos, Dionisio: “¡Oh!, alma mía, sufres mucho porque piensas en demasiadas cosas; deja todo eso y no pienses más que en lo único necesario, y así tu trabajo será menos duro. Pero, si quieres y puedes, no pienses en las cosas creadas, y no sufrirás más; tendrás paz en el silencio interior, en el reposo con Dios que place al Señor más que todo trabajo y que cualquier otro ejercicio”.
En la Encyclopédie des mystiques, en la palabra ‘Cartujos’, se lee lo siguiente: “El arte supremo no es amar ni conocer; el arte supremo es mantenerse silencioso. Ese silencio engendra el conocimiento y el amor, la virginidad del corazón”. Es decir, el silencio es el camino más rápido y eficaz para crecer en el amor auténtico, en la caridad.
Este silencio interior, a pesar del duro trabajo que es preciso llevar a cabo para conseguirlo, no es ninguna situación artificial, forzada, sino que es la única verdaderamente natural. El silencio es nuestra naturaleza profunda. “No hay que crear el silencio; no tenemos que introducirlo dentro de nosotros. Está ahí ya, y se trata sencillamente de dejarlo aparecer… Cuando se ha oído dentro de sí el verdadero silencio, se tiene sed de volverlo a encontrar. Está ahí, siempre ahí, aunque no se le oiga… Sólo el silencio, incluso cuando es tinieblas, nos acerca a la Luz contemplativa”.
La dificultad para llegar a ese estado, y mantenerse en él, es debida a la actividad incesante de nuestra mente. El silencio profundo supone una verdadera penitencia para nuestro ego, pues lo combate y anula. El que protesta es “nuestro yo superficial, naturalmente, no nuestro verdadero yo. No, nuestro verdadero e íntimo yo lo aprecia como una totalidad por encima de toda medida”.
San Juan Clímaco, un sabio monje del s. VI, resume así los beneficios del silencio: “El silencio es madre de la oración, reparo de la distracción, examen de los pensamientos, atalaya de enemigos, incentivo de la devoción, compañero perpetuo del llanto, amigo de las lágrimas, recordatorio de la muerte, pintor de tormentos, inquisidor del juicio divino, sostén de la santa tristeza, enemigo de la presunción, esposo de la quietud, adversario de la ambición, auxiliar de la sabiduría, obrero de la meditación, progreso secreto para un secreto acercamiento a Dios”.