Vida en comunidad

 

Nos ayudamos mutuamente a llegar a la meta.

 

La vida puramente eremítica, dadas nuestras limitaciones y debilidades, no está libre de algunos riesgos, por lo cual muchos maestros de la vida espiritual, aun reconociéndola como excelente, la desaconsejaban en la práctica, o exigían haber pasado largos años en un monasterio de vida común antes de abrazarla.

Al unir San Bruno la vida cenobítica o de comunidad con la eremítica, liberó al ermitaño de los problemas de una soledad intensa, sin perjudicar, no obstante, a esta misma soledad.

La vida de comunidad permite cultivar con detalles el espíritu de familia, estrecha los lazos que unen a todos los monjes con Dios, proporciona los frutos del amor fraterno así como los de la corrección fraterna, y sirve de estímulo, de apoyo y ayuda mutua en la realización de la misma vocación.

Reuniones comunitarias

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Además de las reuniones de la comunidad para la celebración litúrgica, los domingos y festivos comen los monjes juntos en el refectorio.
Esos mismos días, los monjes del claustro tienen una recreación en común al aire libre, dentro de la clausura. Los Hermanos la tienen una vez al mes y, libremente, los días de fiesta. En este tiempo disfrutamos de una animada charla familiar sobre temas religiosos y otros aptos para la expansión del ánimo, que es el fin pretendido, pues, como escribía el Santo Fundador, “el arco siempre armado, o flojo o quebrado”.
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Además de esa recreación, un paseo —semanal para los monjes del claustro y mensual para los hermanos— por los montes de los alrededores, de varias horas de duración, completa el aspecto de convivencia fraterna en que los monjes conversamos y nos conocemos y animamos mutuamente a cumplir nuestro ideal, a la vez que practicamos un deporte en plena naturaleza muy conveniente, sobre todo para los monjes del claustro, por su vida más sedentaria.
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En la cartuja, las reuniones comunitarias permiten a cada monje expresar el afecto hacia sus hermanos y manifiestan la comunión fraterna que une a todos los discípulos de Cristo. Como escribe San Basilio, patriarca del monacato oriental: “En la vida comunitaria, la energía del Espíritu Santo que hay en uno pasa contemporáneamente a todos. Aquí no solamente se disfruta del propio don, sino que se multiplica al hacer a los otros partícipes de él, y se goza del fruto de los dones del otro como si fuera del propio”.