La oración contemplativa

La contemplación de Dios es la meta de nuestra vida, alejada de la prisa y el bullicio

 

El silencio, unido a la soledad, crea el clima más favorable para la contemplación. Y la contemplación es la meta a que se ordena nuestra vida oculta, alejada del bullicio y el estrés.

La oración enamorada es la actividad propia de la Orden Cartujana. Esto es lo que la Iglesia espera de nosotros y quiere que realicemos con dedicación. La oración contemplativa es, por otra parte, la meta a la que conduce ese silencio profundo del que venimos hablando. En ese silencio se va reduciendo la dispersión de las facultades mentales, “esforzándose por reducirlas, cada vez más, a la sencillez y a la unidad en sus operaciones, hasta llegar a concentrarse en una tendencia única y profunda, amasada de luz y amor, que trae al alma paz y sosiego inalterables, en una callada expectación de Dios. Toda el alma se hace entonces anhelo profundo y silencio: brazos tendidos que salen al encuentro de Dios… Esta disposición del alma, (…) es la mejor preparación, diremos mejor la única, para llegar a conseguir ese reposo en Dios”.

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El silencio en el que se desarrolla la oración contemplativa, es el camino más eficaz para llegar a la experiencia de Dios. “Tu único y ardiente deseo debe ser éste: el ansia de experimentar sólo a Dios”, dice el autor de La Nube del No-Saber a su discípulo cartujo. Esta experiencia es siempre una gracia que Dios concede libremente, pero hay que disponerse para ella, y la mejor forma es la oración que brota del silencio profundo. “Aprended a estaros vacíos de todas las cosas —es a saber, interiores y exteriores— y veréis cómo Yo soy Dios”, aconseja San Juan de la Cruz, parafraseando el versículo 11 del Salmo 45.
 

El célebre P. General de la Orden Cartujana Dom Le Masson, dice:

“Hemos venido a la soledad para intentar un fin sublime: servirnos de ella para obtener, en esta vida, la unión con Dios…”

“¡Oh, monje cartujo, si quieres gustar cuán dulce es el Señor, cuán connatural a tu alma, cuán admirable en la perfección y dulzura de su caridad, aplícate a llegar al honor de su conversación, en el silencio de tu ser; porque de esa manera le contemplarás y serás saciado por una especie de pregustación de la eternidad; cuando el alma es admitida, aunque sólo sea un momento, al secreto íntimo de la conversación divina, es como transportada, en el reposo de ese bien poseído, por una especie de mirada interior e inexplicable de verdad. Ve qué admirable relación hay entre el estado del alma que ama y conversa con su Dios en el camino, y el estado bienaventurado de la patria, en la que tiene, en la visión de Dios, al mismo tiempo lo que desea y lo que le sacia, y lo que le embriaga, siempre de nuevo, en un torrente de dicha”.

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“Todo concurre a invitarte a esta conversación íntima con Dios. El uso de la soledad aparta de ti los peligros y abre el camino de la pureza de corazón que afina la mirada del espíritu para la visión de Dios. El silencio de la lengua te empuja a ocuparte en esa conversación espiritual. La regla de la obediencia, en el secreto de una vida escondida, es para ti una escala que te hará subir hacia Dios por escalones muy seguros. Busca, pues, a Dios en ti y no fuera, por medio del hábito de la conversación interior, puesto que se encuentra con su reino dentro de ti; aprende a conversar con Él por tu dedicación a la oración; no flojees después de haber comenzado a seguir este género de vida; persevera con firmeza en estas prácticas, y no te retrasarás en esos caminos de aridez en que son tentados, purificados y fortificados los novicios, ni fatigado por los combates de la inestabilidad del alma. Entonces, en esa soledad a la que Dios te conduce, Él hablará a tu corazón”.