Estudio y trabajo

Una lectura orante, que abre la mente a horizontes superiores; un oficio manual, en recogimiento

 

Estudio


Si la oración se lleva, por derecho propio, el primer lugar, como todo lo que toca a Dios, después, por orden de importancia, se encuentra el estudio y la lectura de los mejores autores espirituales de la milenaria tradición cristiana. El estudio de la Palabra de Dios es necesario para alcanzar la unión con Él. Como recuerdan los Estatutos cartujanos: “Una lectura sabiamente ordenada facilita al alma una instrucción más sólida y pone la base para la contemplación de las realidades celestiales”. Aunque nunca leemos periódicos, ni vemos televisión o escuchamos radio, desde siempre hemos sido grandes amigos de la sabiduría espiritual y humana atesorada en las grandes obras y, de hecho, una de las partes nobles de los monasterios han sido y siguen siendo sus bibliotecas, dedicadas primordialmente a las materias religiosas: teología, espiritualidad, vidas de santos, filosofía, psicología y humanidades... Gracias al hábito paciente de la lectura impregnada de un espíritu orante la mente se abre a horizontes superiores en los que el corazón puede derramar su amor por Dios. La intención que nos mueve hacia el estudio no tiene nada que ver con el deseo de publicar o estar al tanto de novedades, sino la de disipar las tinieblas de la ignorancia para comprender mejor la acción asombrosa de Dios en nuestra historia humana, para así cooperar del mejor modo posible con ÉL.

 

Trabajo


Uno de los lemas quizá más conocidos nacidos de la tradición monástica es el famoso “Ora et labora”. Primero la oración. Después el trabajo. Pues es mérito de los antiguos monjes haber logrado dotar al trabajo manual de una propia dignidad que en otros tiempos y culturas nunca tuvo: era algo despreciable, propio de siervos y esclavos. Una innovación revolucionaria. Todo empezó a cambiar desde que Cristo Jesús dedicara una buena parte de su vida al oficio de “carpintero”, siguiendo la estela de su padre adoptivo San José… Sí, puesto que Cristo no despreció los oficios, sino que los asumió, estos son estimados y valiosos para la santificación del mundo, lo más grande que se puede realizar en esta vida. Por esto trabajamos no poco, sin vacaciones, pero siempre intentando guardar el recogimiento del corazón en un ambiente de oración. Las tareas a que nos podemos dedicar son variadas: huerta, cocina, sastrería, carpintería, electricidad, informática, artesanía, pintura... Primero se aseguran las necesidades básicas de la comunidad y luego hay amplio espacio para que cada monje, según sus aptitudes y preparación, desarrolle los dones que Dios le ha dado. El cuidado de estas tareas es lo propio de los monjes hermanos que, así, orientan la creación hacia la gloria de Dios y le dan alabanzas por sus obras maravillosas.