La soledad de la vida eremítica

 

En la soledad el hombre se purifica, se conoce a sí mismo y se inicia en el amor a Dios

La soledad es, como hemos indicado, la atmósfera predominante de la vida cartujana. Lo que era para los antiguos monjes del oriente cristiano la soledad del desierto, eso es para el cartujo la soledad de su monasterio, y de su ermita dentro de él.

“Hemos sido llamados especialmente a la vida solitaria”, declaran desde antiguo los Estatutos Cartujanos.

Si el cartujo busca y emplea la soledad, no es precisamente para llevar una existencia sin preocupaciones, sino más bien para imitar a los antiguos ‘atletas del desierto’ en los duros combates del espíritu, a fin de liberarse de todo lo terreno y de sí mismo, y abrirse a la influencia del Espíritu, que desea transformar nuestro corazón en luz.

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Uno de los autores más fecundos de nuestra Orden, Juan Lanspergio, a comienzos del siglo XVI describe en estos términos los beneficios de la soledad para el alma generosa y la actitud que debe adoptar el solitario en ella:

“En la soledad, el hombre se purifica y se guarda puro; se conoce a sí mismo y se inicia en el amor a Dios. En la soledad aprende a mortificar su carne, a hacerse semejante a Dios, a unirse a Él. Quien tiene el gusto de la soledad, tiene el gusto de Dios. Allí todas las cosas del mundo se hacen extrañas al hombre, todas las cargas se vuelven ligeras por el sabor de los bienes celestiales. El hombre se pierde a sí mismo y encuentra a Dios. Pero esta soledad, muy pocos la conocen y muy pocos saben amarla; si los hombres tuvieran la mirada más profunda, verían qué tesoro está escondido en ella, y todos correrían a ella…”.

“Permanece asiduamente en tu santuario interior… No te des a nada con exceso; conténtate con el uso sencillo de las cosas presentes de las que hay que ocuparse cuando es preciso, sin que tu corazón se pegue a ellas. Remite a Dios enseguida todo acontecimiento triste o alegre, vive sin multiplicidad, a fin de que Dios permanezca presente en ti. Rechaza todo impedimento… No desees complacer a nadie, salvo a Dios sólo. Elige con María la mejor parte, no vagabundees de aquí para allá… Vuelve sin cesar a la soledad, a la conversación interior. El que tú buscas no puede encontrarlo ningún sentido ni ninguna inteligencia, sólo las almas puras lo reciben. Que Él sea tu pensamiento, tu búsqueda continua, y, pase lo que pase, sigue tu camino. Vuelve siempre así al interior donde está presente la verdad misma. No llegarás jamás allá en el borboteo inconsistente de las palabras. Guarda, pues, silencio, permanece en paz, soporta todo, ten confianza en Dios, haz lo que esté en tu poder, y pronto recibirás una maravillosa luz para conocer los caminos tan perfectos de la vida interior”.