Vida de San Bruno, luchando la noble causa

De vez en cuando, según las necesidades que atraviesa la Iglesia, el Espíritu Santo suscita almas santas que, con su oración y su actividad apostólica, alimentan la vida de la misma Iglesia y mantienen ardiente su santidad en medio de las tormentas del mundo.

Entre los Santos y hombres eminentes en virtud que vivieron en tiempo del gran Papa San Gregorio VII —el paladín de la reforma de la Iglesia en el siglo XI—, se encuentra San Bruno.

Nacido hacia el año 1030 en Colonia (Alemania), Bruno se trasladó joven aún a Reims (Francia) para completar sus estudios en las famosas escuelas de esta ciudad. Estudió las ciencias eclesiásticas y profanas, haciendo en ambas tantos progresos, que llegó a ser maestro renombrado.

Fue canónigo, más tarde arcediano y maestrescuela (o catedrático), atrayendo a sus aulas numerosos discípulos, muchos de los cuales llegaron a ser célebres. Son elocuentes los testimonios de admiración y veneración por su antiguo maestro que algunos de ellos dieron a la muerte de Bruno.

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Una de las llagas de la Iglesia en aquel tiempo era la de ‘las investiduras’. Manasés, pariente del rey de Francia, había conseguido mediante simonía la sede arzobispal de Reims. Estimulado por el ejemplo de San Gregorio VII y apoyado por el legado de éste en Francia, a pesar de haber sido favorecido por el entrometido arzobispo con el nombramiento de arcediano, Bruno no dudó en enfrentarse a él, aun a costa de sus dignidades y de sus bienes, e incluso con peligro de su propia vida (1077). La lucha duró varios años, hasta que el Papa, después de haber depuesto al indigno Manasés (1080), le nombró un sucesor (1083).

Propuesto al Papa por su legado como uno de los dos hombres más a propósito para sustituir a Manasés, preferido por el cabildo de Reims, Bruno, en cambio, aprovecha para poner en práctica un voto que hiciera en los años de lucha: abrazar la vida monástica en una edad madura.

Así, cuando ha conseguido el triunfo, y con él la reforma, el orden y la paz en la Iglesia de Reims, Bruno abandona todo, deja los honores y se encamina al desierto buscando solo a Dios.

No es una decisión débil. Ha demostrado su carácter en los duros años precedentes. Sino sabia. Con la lucidez de una vida de estudio y la bondad amable de su corazón, ve con claridad que lo mejor que él puede realizar se encuentra en darse totalmente a su Dios. Todo lo demás es secundario y no sacia su alma.